Bulas de foliculario
A Man for All Seasons (1966)
Está bien, lo confieso: me cuesta quedarme callado. En
febrero pasado, cuando recibí la noticia de que el periódico Vivir en El Poblado cerraba sus puertas,
fingí que la noticia no me afectaba tanto. Olvidaba que un hábito de más de
veinte años (escribo columnas de opinión desde 1993) es casi imposible de
eliminar. Como la zorra, dije: podré dedicarles más tiempo a los libros. Pero
lo cierto es que dejar de escribir mi columna no le ha agregado minutos a mis
proyectos más lentos y de largo plazo. Lo único distinto es que ahora me
atraganto con los temas y me veo con frecuencia exclamando que un asunto
cualquiera “daría para escribir una columna”.
También incurrí en la ingenuidad de pensar que algún
medio aprovecharía la oportunidad para invitarme a escribir en sus páginas. Lo
siento, todavía no logró sofocar ese viejo rezago de idealismo que también
alimentaba la ilusión de que algún día un editor sensible descubriera mi
talento literario. Nada de eso ha ocurrido. He cruzado la frontera del medio siglo, ya voy llegando a la treintena de
libros, ningún editor me ha descubierto y podría decirse que no me conocen ni
en la casa; si no fuera porque es justo en mi casa donde vive misia Nubia, la
única persona que ha leído casi todo lo que he escrito.
No me quejo ni desprecio a los lectores que he venido cosechando
con los años. Superadas las aspiraciones juveniles de reconocimiento, puedo admitir
que mi público es valioso, selecto y entrañable. En “A Man for All Seasons”,
cuando un joven maestro –que además escribía– se quejaba de no tener público,
Thomas More le dijo: “Te tienes a ti mismo, tienes a tus alumnos y tienes a
Dios como testigo; no está nada mal ese público”. Puedo decir que, además de ese
público, tengo una veintena de lectores que han alentado y hecho hermoso este
oficio de palabras.
A ellos me dirijo, con ellos quiero compartir estas mis bulas
de foliculario.
Comments
Post a Comment