Pateando al muerto
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No es fácil polemizar con los muertos. Lo digo por
experiencia. El vivo es el que tiene las de perder. Hace como un año o dos me
vi obligado a salirle al paso a los inventos con que los chupamedias de un
muerto querían exaltarlo. Viéndose un poco faltos de méritos para endilgarle,
decidieron que si me enlodaban con calumnias le darían brillo al muerto. Para
eso, no tuvieron reparo en lanzar ciertas acusaciones infundadas que ni el
muerto se había atrevido a hacer en público.
Casi siempre he procurado seguir al pie de la letra las
enseñanzas de García Márquez, sobre la conveniencia de no decir ni “mú” sobre
los elogios o los ataques. Pero con los chupamedias la cosa ya entraba en los
terrenos de la sevicia –porque yo andaba lejos y pensaban que no me defendería–,
y mis amigos empezaban a preocuparse y los menos enterados ya querían darle
crédito a la terca “post-verdad”.
Así que al final me vi obligado a escribir un artículo para
recordarles a todos que bastaba el simple acto de leer –cosa tan rara– para
disipar el rumor con el que querían sacarle brillo a la estatua del
difunto.
No fue fácil escribir esas dos páginas. Amigos oportunos
y sinceros me hicieron comprender que con los muertos no se polemiza; sino con
los que usan al muerto como bandera para obtener beneficios.
Esta semana recordé aquel episodio mientras miraba una
charla de Vargas Llosa sobre García Márquez, en Madrid. Fue como si el peruano hubiera
decidido demostrar públicamente que no tiene amigos y de paso inmolarse emprendiéndola
a puñetazos contra sí mismo.
La gente se ha indignado porque Vargas Llosa dijo que
García Márquez no era un intelectual, sino un artista. Parecen no entender que
ese fue su momento de mayor debilidad; pues no sólo recurrió a los diplomas
para querer ganar una batalla perdida, sino que reconoció públicamente que no
es, y nunca ha sido, otra cosa que un tipo que simula inteligencia amparado en
ese aparente privilegio que tienen los que se mueven por las academias y hablan
y escriben en “academiqués”.
Lo verdaderamente patético, lo que da vergüenza ajena,
fue su empeño –mal disimulado– por pintar a García Márquez como un oportunista
y un regalado. No hay que ser un experto lector entre líneas para entender que,
con su show de esta semana, Vargas Llosa
quiso calificar de hipócrita, mentiroso e inmoral a su ex amigo muerto.
Hipócrita, cuando lo denunció por expresar hacia Cuba una
simpatía que –según él– no sentía. Mentiroso, porque se quitó un año de vida
para ajustar su narrativa a la libreta militar “comprada” que le permitió hacer
su primer viaje a Europa. Inmoral, cuando lo imaginó capaz de admirar al Chapo
Guzmán o a Pablo Escobar (parece que Varguitas no leyó Noticia de un secuestro).
Como si él mismo no mintiera, como si la hipocresía no
fuera nuestra señal de identidad, como si tuviera limpias las uñas con las que
señala.
Para seguir con el linchamiento, Vargas Llosa se expresó con
desdén sobre El otoño del patriarca,
y la consideró un fracaso, porque no era “creíble”; demostrando de paso que sus conocimientos sobre literatura no son
tan aventajados. Pedir verosimilitud a El otoño del patriarca es como esperar que crezcan zapatos en un árbol de naranjas.
El silencio que guarda sobre el mezquino origen de sus
juicios y sobre la caprichosa decisión de no volver a editar su Historia de un deicidio, hacen todavía más
patente la falta de autoridad moral que Vargas Llosa tiene para juzgar al
muerto.
Pero nada de eso importa. Con su nuevo paso en
falso, con su más reciente humillación pública, nos ha confirmado lo que ya
sabíamos: que el muerto al que pateaba siempre le quedó grande y que –como
ocurrió con el puñetazo– ahora sus pies son los que quedan lastimados.
Impecable análisis sobre una de las entrevistas más patéticas que humano alguno pueda ver, en tanto refleja las miserias de un hombre que jamás ha entendido que la envidia no lo pondrá jamás a nivel del envidiado. Duele, duele mucho, ver a un hombre tratando de mostrarse mejor, superior, insuperable a quien jamás le compitió porque, sencillamente, no lo necesitaba. Una sonrisa de compasión por una víctima del (afecto transformado en) odio.
ReplyDeleteMuy buena reflexión la de Gustavo Arango; la cual pone en evidencia una vez más el desastre de Carlos Granés como entrevistador; no lo cuestiona, estaba literalmente muerto de miedo ante la vaca sagrada que tenía enfrente; si hubo entrevista fue porque Vargas Llosa la condujo todo el tiempo. También quiero referirme al momento en que Granés dio los agradecimientos, mientras que a los hombres los nombra con apellidos incluidos, a "Begoña" la deja así; no solo una forma más de invisiivilzar a las mujeres, algo bastante común en las personas que se consideran a sí mismos "intelectuales o escritores", sino que da por hecho que todo el mundo sabe quien es ella; se le olvida a Granés que esta entrevista, mala, regula, buena o excelente, va a pasar a la posteridad. Otra cosa que me molestó de la entrevista es el tuteo de Granés a Vargas Llosa; a lo mejor porque pertenezco a esa generación en que tutear a los mayores era considerado una falta grave de cortesía e incluso irrespeto; el tuteo, en últimas, ha debido dejarlo para la intimidad, no para un aula y menos para una emisión reservada para varios miles de espectadores.
ReplyDeleteTambién podría anotar que a mí personalmente no me gusta Vargas Llosa, y por supuesto que nunca lo pondría al lado de GGM.
Arango en el fango. Es comprensible su indignación, pero lamentable su análisis. Vargas Llosa no ha atacado ni menos ofendido al gran Gabo; resaltar su condición de artista (porque, efectivamente, lo fue) no es nada deplorable pues solo es el reconocimiento de las elevadas bondades creativas del Nobel colombiano, de su extraordinario talento puesto de manifiesto en obras grandiosas cuyo pico más elevado (a pesar de que él mismo estaba prácticamente en desacuerdo) es Cien años de soledad. Decir que una obra, como El otoño del patriarca, "no es creíble", no significa que quien lo dice esté esperando que en toda obra literaria tenga que haber "verosimilitud"; decir eso sería de torpes. Vargas Llosa no lo ha dicho y estoy seguro que no lo diría, porque él mismo (y en repetidas ocasiones) ha afirmado que la novela no es un retrato de la realidad que ns envuelve, sino una realidad aparte. ¿No recuerda, el señor Arango, "Historia de un deicidio"? Allí el Nobel peruano explica esto que digo: un novelista es un deicida no precisamente porque "mate a Dios", sino porque es un creador de realidades. (Bernardo Rafael Álvarez)
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