La bestia y las amantes despechadas

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Las últimas doce horas han visto surgir casi de la nada el nombre de una mujer que me ha devuelto la fe en la humanidad. Puedo decir que fui uno de los dos o tres gatos que anoche andábamos tan desprogramados que decidimos ver el banquete de los corresponsales de la Casa Blanca en Washington. Me alentaba la esperanza de ver algo como el discurso de Colbert, en 2006, cuando volvió  trizas a George W. Bush. Confiaba en Michelle Wolf, había visto algunos de sus segmentos en The Daily Show, y me parecía brillante. Pero nunca, hasta anoche, había entendido por completo lo deslumbrante que puede ser.
Lo de anoche fue sublime y doloroso. Se trató de un discurso perfectamente calculado para decir montones de verdades con las que todos los presentes salieron lastimados. No es de extrañar que hoy mucha gente de orientaciones opuestas haya coincidido en decir que a Michelle Wolf se le fue la mano. A cada uno le duele algo distinto, pero la excusa que encontraron para criticarla son sus ataques a la Jefe de Prensa de la Casa Blanca. Han dicho que criticó su figura, al mencionar su perfecto maquillaje (hecho con la ceniza de los hechos que quema), cuando lo que en realidad hizo fue denunciar las mentiras con que justifica al gánster que hoy abusa de este país. Pero la procesión va por dentro. La razón verdadera, por la que este domingo tiene tantos indignados con el discurso de una comediante, es que esa mujer -que parece no tener nada que perder- acaba de darle una lección de dignidad a la prensa de los Estados Unidos.
Hablar mal de Trump era fácil, pues él mismo es quien mejor lo hace.  No he encontrado todavía indignación porque Michelle lo llamara racista, misógino, nazi, incompetente, impotente, mal polvo, “pobre” (eso sí debió dolerle), o porque hubiera dicho con claridad asombrosa algo que todos saben y no se atreven a admitir: “Trump es tan pobre que tuvo que prestar dinero de los rusos y ahora está expuesto a chantajes y es el posible responsable del colapso de la república”.
También era fácil hablar de su familia, su gabinete y del partido que lo apoya: aquellos que se han vendido a un gobierno abiertamente inmoral y tienen la vergonzosa tarea de defenderlo.  Considerando lo que el actual presidente se ha permitido (para alentar la intolerancia e insultar a quienes lo critican), es difícil desestimar que Michelle haya cuestionado la hipocresía de los políticos que están contra el aborto (a menos que se trate del aborto de sus amantes), o la actitud del gobierno contra los inmigrantes y su negligencia criminal con comunidades afectadas por el fracking.  
Nadie en sus cabales puede considerar injustos los cuestionamientos que Michelle les hizo a  los bancos (que joden a todo el mundo), a las cafeterías que quieren borrar el racismo con una tarde de conferencias o a los partidos políticos que empoderan pedófilos y nazis. Pero es innegable que los comentarios sobre su discurso habrían sido más favorables si no hubiera cuestionado a “la oposición” y a los medios en general. La sorpresa de la noche ocurrió cuando se supo que Michelle no dejaría títere con cabeza. Fue justo en ese momento cuando pasó de hacer un buen discurso –algo crudo, como los tiempos lo exigen– a darnos una lección inolvidable de independencia intelectual.
He pasado la mañana leyendo sobre Michelle Wolf. He descubierto que hasta hace poco era una empleada de oficina, apenada por lo que su banco les hacía a los clientes. Supe que hace diez años decidió alentar una vocación de comediante que un test de aptitud le había revelado cuando tenía siete años. También, que en sus ratos libres tomó clases, que hizo de Twitter su laboratorio y que en poco tiempo ha llegado a la cumbre. Su estilo es característico: una voz chillona, un balbuceante dialogar consigo misma, una actitud general como de abusada que saca fuerza y humor de su sufrimiento.
La belleza del discurso de anoche está en las emociones, en el sentimiento que Michelle dejaba vislumbrar mientras destrozaba con chistes la hipocresía general. Se le notaba nerviosa, a veces se equivocaba leyendo sus líneas, pero esa imperfección como de jazz hacía mucho más vivos los golpes que daba.
La noche tuvo momentos memorables: como cuando llamó “pussy” al agarrador de pussies o cuando dijo que al presidente de la cámara de representantes le habían cortado las bolas cuando lo circuncidaron.  Pero el verdadero punto culminante fue una combinación de golpes que nadie vio venir y que los mandó a todos a la lona.
Fueron tantos los ataques que lanzó Michelle Wolf, que casi nadie notó que lo primero que dijo era una preparación para el golpe de gracia. Al subir al escenario, Michelle no ocultó su nerviosismo –o lo actuó, que para el caso es igual– y dijo:
–Como dicen las actrices porno cuando se van a acostar con Trump: “Salgamos de esto pronto”.
Tal vez pocos recordaban esa línea cuando Michelle le reprochó a su auditorio su obsesión por Trump, habiendo tantos problemas que merecen atención. En medio del reproche, Michelle les preguntó a los periodistas si alguna vez fueron sus amantes, lo que podría justificar esa obsesión. Pero el golpe de gracia llegó cuando les reprochó la ingratitud con ese monstruo que ayudaron a crear y que ahora les permite obtener muchas ganancias. Debajo de la verdad cruda y directa había un chiste demasiado fino que muchos no entendieron. La andanada de golpes los tenía tan mareados que muchos dejaron de notar la analogía, a pesar del mal sabor que les dejaba haber sido comparados con amantes despechadas que, además, ganan dinero.  







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